2007-06-30

002

02. Como la Filosofía, la Teología no la hace sino quien la necesita. Es decir, quien, en su insuficiencia suficiente y por su suficiencia insuficiente, se pregunta y pone su afán en responderse a su pregunta.

¿Cuál es esa pregunta, o cómo puede formularse?

Ya enuncié que, en último término, no es otra que la única pregunta humana: '¿quién soy yo?'; pero es obvio que el mero repetirlo no da ningún avance. El intentar glosarla, sin embargo, nos lleva de nuevo a discurrir por características básicas de la misma Teología, o, más precisamente, del hacer teológico mismo:

En efecto: la pregunta humana referida no brota, por así decirlo, de un terreno virgen: Quien en alguna forma llega a ser de tal manera consciente de ella que se la formula, lo hace después de haber recibido ya algunas respuestas a la misma:

No es un bebé quien se pregunta; pero sí fue a un bebé a quien se le planteó desde su nacimiento el problema de salvar su subsistencia. y fue él quien encontró en mamá alguna respuesta, por haber confiado en ella y haberle creído, por descubrirla o suponerla sabia y buena.

Paulatinamente y sin consciencia clara de su propio proceso, fue creciendo ese bebé y de infante pasó a niño y a púber, y luego a adolescente. Y repitió así en sí mismo el proceso que años antes habían vivido sus padres, quienes a su vez habían repetido el que vivieron los abuelos...

Y, como no hay cuaternas idénticas de abuelos, así tampoco hay padres iguales; ni, por tanto, son iguales las maneras de responder de cada pareja a la insuficiencia demandante de sus hijos; lo cual puede afirmarse aun cuando éstos son hermanos, pues han llegado a la familia en momentos y situaciones diferentes.

De donde resulta que el haber creído y confiado en sus papás, y haber, por tanto, recibido de ellos las primeras respuestas, tiene como consecuencia el que cada uno vaya formándose una 'mentalidad' distinta de la de todos los demás, entendido por 'mentalidad' el conjunto acumulado de persuasiones o saberes más o menos afianzado de manera disponible en la consciencia, conjunto que es, como mencionaba, no el terreno virgen, sino el terreno cultivado del que brotan en cada uno sus preguntas.

Es claro, no está de más anotar, que 'padres' o 'papás' está puesto originariamente por 'mamá'; pero que paulatinamente se va ampliando, hasta venir a estar puesto generalmente por 'familia', y, más tarde, por comunidades más y más extensas.

Cabe anotar también que, en el caso de gemelos, y mucho más monocigóticos, es común que las 'mentalidades' de ellos puedan ser tan similares como sus organismos, y, en los primeros años, difícilmente distinguibles; aunque tampoco es raro que con los años vayan más y más diferenciándose, por los rumbos distintos que uno y otro puedan haber ido tomando en su vida. Lo cual puede ejemplificar y confirmar lo arriba dicho, como lo confirma también la realidad de quienes no se han desarrollado propiamente en el seno de una familia donde haya habido de hecho un papá y una mamá.

Mi pregunta, por tanto, concreta acerca de mi 'quién soy yo' será del todo diferente de la de cualquiera otro, como cada árbol difiere de todos los demás, y es del todo inútil el pretender responderla con respuesta ajena: Nadie sino uno mismo puede formularla y provechosamente responderla; como nadie se nutre de ver comer a otros, sino sólo de lo que él mismo come y él mismo digiere.

No obstante lo anterior, es claro que cuando oímos o decimos 'árbol', entendemos a qué nos referimos, y aun imaginamos alguna forma o tipo de 'árbol', que, a la vez que representa o simboliza a todos, no corresponde exactamente a uno solo de ellos. Y, en forma paralela, puede concretarse en alguna manera la pregunta antes planteada por el 'quién soy yo'.

Porque, si bien cada mentalidad individual difiere de todas las demás, puede con todo hablarse de una 'mentalidad común', por ejemplo, de una familia, de un pequeño grupo humano, de una nación, de una clase social o de una época. Y, aunque es evidente que una mentalidad común será generalmente tanto menos común cuanto más numerosa sea la comunidad cuya se dice ser mentalidad, todavía expresiones tales como 'mentalidad juvenil', 'mentalidad obrera', 'mentalidad medieval', 'mentalidad japonesa', no carecen del todo de sentido.

No pretendo una tipificación exhaustiva (que el intentarlo dejaría exhausto a quien lo hiciera); sino más bien ilustrar lo dicho con algunos ejemplos (a los cuales pido no se les exija exactitud histórica o científica, sino se los tome simplemente como ejemplos):

Tal vez, desde mi mentalidad actual, podría concretar yo la pregunta '¿quién soy yo?' transfigurándola a esta otra: '¿qué sentido tiene mi vida?', equivalente más o menos a alguna de éstas más comunes: '¿para qué vale la pena vivir?', '¿a qué quiero dedicar mi vida?', '¿en qué quiero gastarla o desgastarla?'; o a ésta, presente en alguna manera en todas ellas: '¿Vale la pena vivir?'.

Es claro que ésta última presupone en algún modo que el 'vivir' es una 'pena' (o que es característico de la 'vida' el ser 'penosa'); y que no admite otra respuesta que la afirmativa, o la que pudiera presentarse en el retruécano 'Vale la pena vivir para quitarle a la vida lo penoso'.

Y esta forma última parece también estar latente en cualquier otra respuesta, al menos en cuanto es sin mucho esfuerzo transformable en esta otra: 'La vida es para ser feliz'.

En el fondo, creo que casi cualquier respuesta, si no todas, se puede reducir a esta única: 'La vida es para vivir' (cercana, sin duda, a 'La vida es para vivirla' o 'Si para algo vale la vida, es para vivirla). Y esta pregunta, apenas en algún grado ya concretizada, brota siempre de un alguien que en cierto grado se sabe a la vez insuficiente y suficiente...

'Suficiente' significa que se es, que se vive (o se está vivo); e 'insuficiente', que no se es plenamente, que no se vive en plenitud. Por lo que no es raro que la pregunta fundamental se explicite como búsqueda de respuesta a una amenaza.., lo que da para proponer los ejemplos típicos que siguen:

Puede ser el hambre la amenaza más inminente para un pueblo, y su pregunta por su propio ser tomará matices cómo éstos: '¿qué me puedo comer?', '¿dónde puedo hallar comida?', '¿qué puedo hacer para que no se me agote o me haga daño la comida?', '¿de dónde nos llega la comida?', etcétera.

Una comunidad o pueblo que se hace planteamientos de este orden, podrá probablemente incorporar en la definición explícita o implícita de su yo elementos como éstos: 'yo soy alguien que come'; 'el maíz me da de comer', 'la tierra y la lluvia me dan la comida', o, con alguna perspicacia mayor, 'es el Sol quien me proporciona el alimento', etcétera; de los cuales, como hacia la mamá, se podrán seguir también sentimientos de gratitud y cariño hacia el maíz, la tierra, la lluvia o el Sol...

Intencionadamente he puesto 'sol' con mayúscula, y me referí a él con el pronombre 'quien' y no con el pronombre 'que', para sugerir suavemente la fácil personificación de 'lo' (o 'el') responsable de que mi primera necesidad halle respuesta. Y, por seguir el mismo ejemplo, nada raro será que establezca yo una 'relación personal' con ese Sol, semejante a mí pero quizá más 'suficiente', que no se cansa de brillar y calentar, de fecundar la tierra y hacer crecer la semilla, y responsable generoso de todas las hojas, las semillas y los frutos.

Sea en Mesoamérica o en la delta del río Nilo, mi relación personal con el Sol se matizará con los matices de mi relación con mi 'mamá', y será diversa si a ella la he percibido consentidora o exigente, constante o caprichuda, etcétera; o, más generalmente, tendrá los rasgos o matices de mi relación con mi 'mamá-comunidad', que la configurarán como una relación de agradecimiento, servidumbre, complacencia, obediencia, temor, etcétera, o, más probablemente, de varios de estos y otros elementos de la índole de ellos.

Todo lo cual, según la mentalidad comunitaria, irá a dar fácilmente a tradiciones narradas o practicadas ritualmente, y dará consistencia a diversas especies de dogmática o moral, o, incluso, apologética, así sea ésta la muy primitiva de destruir a quien es ajeno a ellas...

Hubo un pueblo cuya responsabilidad era alimentar y contentar al Sol, para que cada aurora resurgiera victorioso de su duelo con los poderes de la noche. El manjar para ese Sol era la sangre humana, y ese pueblo se empeñó en proporcionárselo.., lo que a él le proporcionaba también alguna ventaja extra, al disfrutar de comodidades y lujos llegados aun de lejos.., ventaja concentrada especialmente en los que, unidos más o menos entre sí, en una especie de 'complot', tenían exclusivo acceso al Sol, y eran sus oráculos y sacerdotes...

Como indiqué, esto no es más que un mero ejemplo, más o menos fabulado, entre otros que pudieren elegirse. En él, es claro que, a la pregunta '¿quién soy yo?', aquel grupo humano había hallado una respuesta: 'Soy el Pueblo del Sol', y, con ella, satisfizo su inquietud doble: acerca de su 'de qué vivir' y de su 'para qué vivir'; a la vez que, implícitas en ellas, hallaba también otras respuestas, a preguntas tan instantes y comunes como las anteriores: '¿cómo vivir?' y '¿con quién vivir?' (pregunta ésta última que no es otra que la de '¿quiénes forman nuestro 'nosotros'?).

De ese Pueblo del Sol, a un tercio de circunferencia hacia el oriente y cerca de unos treinta siglos antes, hubo otro pueblo, que, aunque con dieta de cebollas, tenía más o menos resuelto su problema alimenticio; pero a costa de trabajos forzados y obligado control de su incremento poblacional; pueblo que en algún momento, acaudillado por alguien que, aunque nacido en palacio se había hecho digno de él, se decidió a ser libre, y lo logró adentrándose al desierto, atravesado algún brazo de mar que lo separó de quienes lo perseguían...

Ese pueblo también se respondió a sí mismo su pregunta, '¿quién soy yo?', por supuesto desde su mentalidad propia y con su propia tradición:

Fue el 'pueblo escogido' de Alguien que, compasivo, había ido a buscarlo a su esclavitud y a liberarlo; alguien más poderoso que los dioses de otros pueblos, cuya característica fundamental era el ser piadoso para con los oprimidos y el combatir con ellos para su libertad:

Era, pues, ese Alguien, el más poderoso de quienes dominan, el que por sí mismo se sostiene, el auténtico y el único, el poderoso y firme,.. Y, con los años, el que comanda las estrellas, los vientos y los mares, el Señor Universal, que llegará a serlo de todos los dioses y sus pueblos: el 'Señor de los Ejércitos', el 'Dios de los Pobres' y 'el Dios de la Justicia'...

Del 'Pueblo del Sol', menos lejana en tiempo y en distancia que aquél 'pueblo elegido', se encontraba la Europa del Medievo, heredera remota de éste último, arruinada en algún modo por las invasiones llamadas de los 'bárbaros' y acosada por las 'pestes' epidémicas. Y tuvo necesidad, como todos, de responderse a su pregunta: ¿quién soy yo?

Nada puede extrañarnos que un pueblo perceptor de la amenaza de muerte o extinción se preocupara especialmente de lo que pudiera sucederle (a él y a cada uno de sus individuos) más allá de la muerte, ni que haya elaborado y cultivado especialmente persuasiones relativas a 'ultratumba': 'cielo', 'infierno', 'purgatorio', 'limbo', 'sufragios', 'indulgencias', no rara vez relacionadas con 'cruzadas', 'peregrinaciones', 'apariciones', 'exorcismos', 'posesiones diabólicas', 'estados de gracia' o 'de pecado', 'pecados veniales y mortales', etcétera, condensadas quizá todas en la referente a un arca que, como la de Noé, navegaba entre las diluviales aguas del pecado y de la muerte hacia el seguro puerto de la 'salvación eterna' y fuera de la cual todo viviente perecía..; persuasiones subsistentes en algún modo entre nosotros, como herederos, no sólo del 'Pueblo del Sol' o sus vecinos y del 'pueblo elegido y liberado por el Dios de los Ejércitos', sino también de la Europa Medieval, con sus fantasías y sus fantasmas.

Y podrían bastar estos ejemplos, si no saltaran obvios otros muy cercanos, de los que sólo atiendo a uno: a un pueblo (como tantos otros, si no todos) formado por migrantes, vencedor y beneficiario principal de las dos más grandes guerras del extinto siglo XX:

Un pueblo, heredero de tradiciones inglesas de orígenes vikingos, con elites constituidas por 'varones blancos sajones protestantes', con la 'misión' universal de establecer y cuidar 'la libertad y la democracia' en todas las naciones, que se ha destacado por el desarrollo de su tecnología y su poder bélico, y que, al menos implícitamente, se hace a sí mismo la misma pregunta que todos nos hacemos: '¿quién soy yo?'

Su respuesta tiene que ver con la mentalidad heredada de su madre (que en la actualidad más que su madre parece su sirvienta), y enriquecida por las legiones de emigrados que lo integran, a quienes poco a poco se ha ido viendo obligado a asimilar.

Es un pueblo que se sabe 'suficiente' (como todos); pero que no puede dejar de olfatear la presencia circunvalante de su 'insuficiencia' (proyectada hacia fuera, en un mecanismo de pseudodefensa, que no fortalece, sino debilita).., y mucho menos después de un 11 de septiembre:

Ese pueblo, que un día en sus billetes escribió confiar en Dios (como lo escribe todavía: "in God we trust"), más bien, al sentirse amenazado en su propia casa por endeble, aun manteniendo su discurso sobre 'libertad y democracia', parece empeñarse cada vez más en demostrar en qué confía de veras: en su dinero y en sus armas, y en el uso dominante de ambos para mantener y alimentar sus exclusivos privilegios económicos.

Un pueblo, en breve, elegido, pero no por el Sol ni por Yahveh, sino simplemente por el dios Mercado, al que sirve y quien en todo lo protege... Porque la pregunta es de todos, pero cada quién se la formula y se la responde según la mentalidad que se ha formado.

Y, habiendo ejemplificado a mi ver suficientemente esto, puedo dar la impresión de no esmerarme por entrar al tema anunciado de la Teología.., tema en que, sin embargo, me creo inmerso de los primeros renglones de este escrito, hasta éstos que en él acabo de escribir. Sin embargo, trataré de hacer esto en delante más patente:

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2007-06-07

001

01. Lo primero que quiero contigo compartir, es mi punto de vista sobre el mejor sentido que pueda tener la Teología, y empiezo por compararla un poco con la Filosofía:

Coinciden una y otra, creo, en que lo que buscan inmediatamente es entender, e, incluso, en que lo que tratan de entender es en último término lo mismo, guiadas ambas por la misma eterna, siempre nueva y antiquísima pregunta: ¿Quién soy yo?

Y puse un 'inmediatamente' importante; porque la pregunta planteada no se sacia con una mera respuesta inteligente: Si en cualquier campo del saber, mucho más en éste (al que a fin de cuentas todos se reducen), el saber no lo es sólo, pues implica una tarea transformativa: la de hacerme yo a mí mismo, a partir de como me vaya yo entendiendo y según me vaya yo entendiendo; tarea que culmina en el sabroso saborearme a mí mismo (en el mejor sentido de ello), cuya ocasional frustración me avisa que mi intelección de mí ha sido por lo menos no plenamente atinada, y me invita, por tanto, a revisarla y corregirla; a rehacerla.

Este entenderme y hacerme a mí mismo progresa generalmente de horizontes menores a mayores, tanto más ágilmente cuanto mis intelecciones vayan siendo más atinadas y vividas; de modo que el 'yo mismo' que trato de entender y hacer, cada vez va siendo un yo más extensa y profundamente relacionado con otros yoes y con el universo en que nos ha tocado convivir, en forma tal que, en una palabra, no hay tema de saber humano que sea del todo ajeno a la sabiduría del saber y saborear filosófico y teológico.

Coinciden también Teología y Filosofía en ser eminentemente 'culturales': Aunque en sus estadios germinales pueden, en efecto, considerarse asuntos meramente personales, una como otra, aunque en grado y forma diferente, se vinculan, al desarrollarse, a una tradición o una cultura:

A la Filosofía, ellas generalmente le ofrecen una temática, un vocabulario y un género expresivo, cuyas funciones no pasan de auxiliares: desde luego, para recibir pistas e instrumentos para expresarme a mí mismo lo que de mí voy descubriendo; pero también, para interrelacionarme y confrontarme con lo que otros han descubierto antes o siguen descubriendo acerca de sí mismos. Por eso, tiene algún sentido (no ciertamente el primordial) para el filosofar propio, asomarme, a través de su legado, al filosofar de quienes nos precedieron o acompañan; relación que tanto más se podrá extender y ser fructífera, cuanto mayor sea mi habilidad para comprender símbolos ajenos, o aun para adentrarme en sistemas simbólicos diversos a aquél al que más habituado me encuentro.

Se dice que "al que es tonto, la universidad no le da nada" ["quod natura non dat, Salmantica non praestat"], y creo es del todo cierto. Pero indudablemente el aprendizaje y la ciencia de códigos diversos al inicial habitual mío, que puede requerir amplios estudios, suele propiciar un crecimiento filosófico (por ejemplo, si puedo 'leer' no solamente la filosofía escrita de Platón o de Descartes; sino soy además capaz de captar la de Picasso, Beethoven, Napoleón o el hombre de Altamira).

Es claro, sin embargo, que mi Filosofía ha de proceder íntegramente de mi mente propia, y que el campo o manantial de ella no puede ser otro que mi yo mismo.

Y, en alguna forma, lo mismo podría ser dicho de la Teología... Pero sólo 'en alguna forma', y, por así decirlo, sólo al cabo de un más largo o más breve rodeo, o, más precisamente, al término de múltiples rodeos, de longitudes y significancias diferentes.

Porque, a mi ver, en esto radica la diferencia básica entre la Filosofía y la Teología (diferencia que, como te insinuaba en mi carta ya transcrita) va resultando cada vez menos valedera y perceptible, por más que inicialmente pueda parecer fundamental y muy notoria): No ciertamente en las modalidades empleadas de la propia razón o inteligencia, ni en las temáticas o métodos; sino, por decirlo de algún modo, en los 'materiales' por procesar o procesados; en las parcelas, los establos o las aguas a las que una y otra se asoman en busca de sustento; en los ámbitos en los que inquieren su elemental información...

Porque anterior a la Filosofía es la Teología, así en el desenvolvimiento del individuo humano, como en el de cualquier cultura o tradición, o aun en el de la humanidad entera:

El de subsistir, en efecto, es el primer problema que al infante se plantea, y él suele acudir a su mamá en busca de respuesta.., lo que supone necesariamente de él una innata y por lo menos germinal confianza en ella; y mucho antes de que el bebé se identifique a sí mismo como un yo, identifica a su mamá como la proveedora universal de lo que para vivir requiere, y, por lo menos implícitamente, como la sabiduría misma que responde a todas sus 'preguntas' (que, por supuesto, no ha podido ni aun deseado aún plantearse).

La 'mamá' se convierte poco a poco en un pequeño grupo humano, al que puede llamarse 'la familia'; misma que a su vez se va ampliando hacia grupos cada vez más numerosos, tales como 'la comunidad', 'la escuela', 'la iglesia', 'el barrio', 'el pueblo' o 'la patria.., hasta poder llegar a 'la humanidad entera', por lo menos 'la contemporánea', si no es que también 'la pretérita', o aun 'la futura'.

Antes, en efecto, que el niño pueda tener alguna consciencia de su propio entender y del dinamismo inquisitivo de este entender suyo, es ya inmediatamente consciente de su fragilidad y deleznabilidad, y de su insoslayable necesidad de recibir algo de alguien (o de algo), sin lo cual su ser mismo se destruye. E, implícita en esa consciencia primigenia, está la de que ese alguien o algo le es confiable, lo que significa alguna percepción de que, al menos para él, ese alguien es sabio, poderoso y, sobre todo, bueno: Sin esta persuasión, implícita en los más iniciales impulsos instinctuales humanos, el bebé no haría confianza en su mamá, ni succionaría la leche de sus pechos.., y, por lo tanto, moriría.

La 'Teología infantil' no podría ser otra cosa que el descubrimiento consciencial de esta confianza, que, al primer surgir del preguntarse y entender, dará lugar a comprensiones elementales acerca del quién soy yo de aquel infante, mismas que lo llevarán a 'decirse' en relación con la 'mamá', y aun a decidir y actuar conforme a lo que de sí mismo así se diga..; con la consecuente satisfacción o frustración, que lo llevarán, respectivamente, a afianzar o revisar esas sus primeras 'creencias'.

Y algo análogo habría de decirse de un clan, una tribu o una nación, en las que cada individuo se entiende a sí mismo a partir de lo que de sus congéneres recibe, que presupone la confianza en ellos, y que en alguna manera se desenvuelve en persuasiones, decires o creencias.

Por allí va, pienso, la diferencia básica, no sé si habría de decir única, entre la Filosofía y la Teología: Una y otra buscan, 'inmediatamente' la comprensión que cada uno haga de sí mismo, y una y otra lo hacen preguntando, entendiendo y formulando; y, así mismo, una y otra cotejan la validez de lo entendido y formulado mediante la aplicación 'práctica' de ello y los resultados empíricos favorables o desfavorables de ella. Difieren, con todo, en la fuente privilegiada de los datos de que se alimentan, de la materia que elaboran (diría tal vez 'la escuela': la 'causa material' de sus conocimientos y saberes).

Porque, es cierto, tanto el saber y saborear filosófico como el teológico se elaboran primordialmente a partir de los datos de consciencia; pero con esta diferencia:

El filosofar privilegia la consciencia que tiene de que no puede el ser humano entenderse a sí mismo sino a partir de los datos que le proporciona su propia consciencia polimorfe, y deja como en un segundo plano la consideración de que esos datos en muy buena parte están configurados o matizados por los que de su interacción con su 'mamá' (o su 'comunidad') ha recibido y sigue recibiendo; datos que presuponen sin duda una confianza que origina una creencia, las cuales, con todo, podría decirse que no están presentes sino en una especie de tercer plano de consciencia.

El teologizar, por el contrario, da primordial importancia a este plano tercero en el hacer filosofía, de modo tal que el hacer Teología parte precisamente de la confianza en la 'mamá' (o en la 'comunidad'), y, por ello, de las creencias recibidas de ella; las cuales, ciertamente, se procesan, no en cuanto recibidas, sino en cuanto de hecho son atestiguadas como válidas por la experiencia de la propia consciencia de quien teologiza.

En otras palabras: la Filosofía es obra de la suficiencia humana, que a fin de cuentas no puede sino descubrirse como insuficiente; y la Teología lo es de la insuficiencia humana, que a fin de cuentas no puede sino descubrirse como suficiente.

En una tradicional simplificación, hay quien afirma que la Filosofía se hace 'a la luz de la razón'; mientras que la Teología, 'a la luz de la fe'. La fórmula, muy equívoca sin duda, puede tenerse en algún modo como válida, siempre que se entienda en el sentido que los anteriores párrafos sugieren para ella. Pero ello nunca ha de conducir a juzgar que la Filosofía se hace a base de pensar y la Teología a base de creer, pues nadie que no crea puede pensar, como nadie que no piense puede alguna vez creer; como nadie hay, por autónomo que sea o se considere, que no deba su ser a una 'mamá', ni nadie tendrá o habrá tenido verdaderamente una 'mamá' en tanto no sea autónomo de ella.

Por eso, quien de verdad es teólogo y filósofo, difícilmente podrá, si es que puede, distinguir entre sus supuestamente dos posibles actuaciones: como 'filósofo' o como 'teólogo'; ni mucho menos si se toma en serio otro aspecto común a ambas 'actuaciones', que, para mí, no son sino dos veredas que concurren hacia una misma cima o una misma sima, o dos arroyos que confluyen hacia el mismo río.

Porque subir hasta la cima o bajar hasta la sima (que, además, 'cima' y 'sima' vienen terminando en ser lo mismo) no es para sólo saborearse solo en sus excelsitudes o sus profundidades; sino para, desde altura u hondura (y manteniéndolas consigo en lo posible) volver, con la propia suficiencia insuficiente o insuficiencia suficiente, a la común de todos, para cargar con ella, a la vez que ella nos carga.

Ni filósofo ni teólogo, ni filósofo-teólogo o teólogo-filósofo que en autenticidad lo sea, se complace en el sibaritario saborear de sus sabidurías, las que dejarían de serlo para pasar a necedades si deviniesen en una autocomprensión que excluyera la dada y necesaria interrelación de cualquier yo con los yoes que lo rodean; relación que hace de la Filosofía y la Teología no otra cosa que herramientas eminentes para la construcción de un mejor 'nosotros', entorno único y único fértil terreno para el nacimiento y crecimiento de mejores yoes.

Esbozadas con lo dicho las semejanzas y desemejanzas entre la Filosofía y la Teología, puedo ir pasando a ésta, la Teología, que es al fin de cuentas el tema de esta nota escrita.

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2007-06-04

000 Inicio de una serie

Las notas cuya publicación inicio ahora han añejado casi por un año. Las empecé en el verano del 2006, y se acerca ya el de éste 2007.

Empezaron siendo una carta personal, pero crecieron desmesuradamente. No las doy por terminadas, pues apenas me acerqué al final de su primera parte, cuando esperaba en la segunda desarrollar más mi pensamiento. No he renunciado a hacerlo; pero quizá a alguien sea útil el que las ponga, como están, en este blog.

Me detenía el que el formato natural de blog invierte el orden de lo escrito, al ir echando abajo lo primero de ello. Y cierto deseo de pulirlas más antes de animarme a compartirlas. Lo hago ahora, sin embargo, confiado en la benevolencia de quien pueda asomarse a ellas.

Anticipo que incluyen textos latinos, y aun breves citas griegas (de las que no sé como sean reproducidas en el blog); pero me excuso de ello porque, a lo que recuerdo, van todas acompañadas de su traducción a nuestro idioma.

Con Pedro, pues, me animo a responder a quien me anima: "En tu nombre, Señor, echaré las redes".

Y, con Pablo, repito una vez más: "Sé en quién tengo puesta mi confianza"

FxsI



00. Inicio para ti, Yayo, esta carta, que no preveo muy breve, con ocasión de tu inicio ya próximo en el estudio de la Teología. Lo central de ella, llevaba yo tiempo queriéndolo escribir. Pero me faltaba un destinatario. Creo en ti lo he encontrado, dado el tenor de tu última carta, que, un poco abreviada, transcribo. Podrá ella servir de introducción a alguien más que pudiera leer mi escrito:

31 de julio de 2006

Hola, Félix. Te mando un fuerte abrazo y mis mejores deseos.

He terminado una etapa de mi formación académica. La Filosofía significó mucho para mí. Gracias por tu ayuda en los inicios de mi aventura filosófica; gracias por enseñarme que el único camino válido para la verdadera filosofía es el hombre; es el hacernos mejores humanos; en pocas palabras, ser mejores día a día...

Espero que la Teología sea una nueva aventura, en la cual comprenda al Cristo, el Hijo de Dios e Hijo del Hombre, y ante todo me enamore y me llene de él, para que con estos estudios pueda servir mejor a mis hermanos, por medio del servicio a esta Iglesia de Hermosillo en la cual me ha tocado vivir.

Gracias, Félix; gracias por todo lo que hemos convivido en estos años. Gracias, y que nuestro Padre nos siga bendiciendo.

También gracias a Ignacio, tu hermano y guía, por formar a la Compañía de Jesús: Hoy que recordamos su memoria le pedimos que nos ayude a buscar la mejor manera de servir a nuestros hermanos y al igual que él encontrar en Jesucristo nuestro fundamento.

Por lo pronto es todo. En casa todos están bien, gracias a Dios. Mi sabia madre sigue en la misma postura de siempre: en palabras de ella: "mijito, como hablas pendejadas". En fin, mientras ella está bien, me da gran tranquilidad por ella y por la familia.

Con mucho cariño,

Leonardo Manteca Ramos.

Al Leo le envié ese mismo 31 esta respuesta:

Mucho te agradezco, Yayo, tu comunicación de hoy, y, en especial, las noticias familiares que en ella me transmites. Para tu mamá y tu hermana, un saludo desde mi afectuosa estima; para ti, la confianza y el cariño que empiezan a añejarse, con el gusto ahora de la conclusión de esta tu primera (¿o segunda?) etapa filosófica. La tercera empieza ahora, y no termina nunca.

Creo la teología complementará bastante las anteriores, hasta el día en que no puedas distinguir entre una y otra: al fin y al cabo, Jesús no es algo ajeno a nuestra humanización permanente, en el amor y el servicio, preferenciales para los más desprotegidos.

Un abrazo, con todo mi cariño, y con mi gratitud especial por acordarte de mi este día de san Ignacio.

Félix.

Presentado así el contexto, trataré de entrar al tema:


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