2005-09-27

Eusebio Francisco Kino

Lo que sigue es la presentación de un libro. Lo releí hoy, y juzgué que a alguien pudiera interesar. Anoto sólo, para lectores foráneos, que guacho llaman aquí a quienquiera no sea sonorense, que la Unisón es la Universidad de Sonora (en uno de cuyos auditorios fue presentado el libro), con cuyo lema cierro esta nota presentativa.


EUSEBIO FRANCISCO KINO, sI
Los Confines de la Cristiandad


Hermosillo, Son., 24 de abril de 2002
Félix Palencia, sI


0. Me llaman Félix, y soy guacho. Nací en la ciudad de México, de la pareja Palencia-Gómez, cuando presidía el País Lázaro Cárdenas.

Estudié con los jesuitas, y dejé 1º de Ingeniería para hacerme, yo también, jesuita. Así, desde muchacho oí hablar de Eusebio Kino.

Soy cura desde el año que siguió al 68. Como Kino, me formé en los Ejercicios de Ignacio de Loyola, y estudié, como él, las Humanidades, la Filosofía y la Teología. Fui maestro de Matemáticas y Física, y de Teología y Filosofía. De ésta ahora doy clases en el seminario de Hermosillo.

Mucho de mi vida lo he pasado sentado, pero nunca me he asentado: De maestro pasé a obrero, fui luego plomero y albañil, y por años me acompañé con los internos de la pinta de Tijuana y los colonos de las Islas Marías.

Vivo en el Cerro de la Campana, atiendo la Parroquia Universitaria, y gozo de la amistad profunda de excelentes sonorenses.


1. Amigo del promotor y prologuista de la traducción que presentamos, en cuanto pude compré el libro, que hoy releo. Me atrevo a hablar de él -más del biografiado que de la biografía-, por el cariño que le tengo, y porque creo conocer su intimidad, por ser la mía... Y por ser, además, hoy por hoy, el único jesuita aquí en Sonora.

Todo sonorense sabe algo de Kino: el matemático y astrónomo, el agrónomo y zootécnico, el explorador y cartógrafo, el ingeniero y constructor, el lingüista, el educador, el escritor e historiador y aun el gestor y el diplomático.

Yo puedo, sin embargo, hablarles algo del jesuita.


2. ¿Qué había en el corazón de Kino? ¿De dónde aquel hombre, tan humano como cualquiera de nosotros, sacaba su tenacidad y valentía, su paciencia y su esperanza, su capacidad de recuperación y su habilidad negociadora?; ¿de dónde su optimismo y fidelidad inquebrantables, y de dónde su ilimitada benevolencia hacia los pimas?

¿Cómo convivían en él la ciencia y la estrategia con la fe y la religión? ¿Cómo la iniciativa y la obediencia; la tradición y el futurismo; la minuciosidad y las grandes perspectivas?; ¿cómo la audacia con la prudencia; la terquedad y claridad de miras con la transigencia y tolerancia; la intelectualidad y la contemplación con la reciedumbre física y la practicidad multifacética? ¿Qué había en él, que le ganaba la confianza de yaquis, seris, pimas y ópatas, como también de capitanes, almirantes, obispos y virreyes?


3. A través de sus Favores Celestiales, a tres siglos de distancia, podemos encontrar a Kino hoy en su parroquia de Dolores: Hace 15 días, el 7 de abril del 702, regresó de un viaje de dos meses. Tiene sobre la mesa, fechada el 8, su larga carta al padre Visitador de las Misiones.

3.1 Por ella se asoma el corazón del explorador y misionero. Bolton presenta en sus Confines un resumen de ella (p 591) con siete razones y argumentos claros que establecen la certidumbre del paso por tierra a California. Atiendo, leyendo la carta, a algunas de ellas:

Así lo vi el 9 de octubre de 1698 desde el cercano alto cerro de Santa Clara.

El [pasado] 11 de marzo, estando diciendo misa en el desemboque del río Colorado, me salía el sol por encima de más de 30 leguas de mar del remate de este seno califórnico, y al poniente teníamos a la vista más de 30 leguas de tierra continuada, y otras tantas al sud, y muchas más al norte.

Los naturales más cercanos a ese desemboque nos dieron noticias de Loreto Concho, y de la comida de los indios guimies y edues, y que los del poniente tenían conchas azules; noticias todas que, desde que estuve allí y viví con ellos, me constaba eran verídicas.

Pusieron la California península los mapas antiguos y algunos modernos, como el de mi maestro jesuita de Matemáticas en la Universidad de Ingolstad.

Para Kino, pues, es isla y no penisla, porque así la vio de lejos, porque estuvo en el extremo de aquel golfo, porque llegan a pie hasta el Continente los indios de la Baja, y porque así estaba en el mapa de su profesor de Matemáticas. ¡Hermosa combinación de persuasiones empíricas, deductivas y afectivas!

3.2. Inicia su carta Kino diciendo que se enteró de que lo habían dado por muerto en el río Gila, y aun le habían dicho las misas y sufragios. Y aclara que el día de su supuesta muerte dijo misa en la afluencia del Gila al Colorado; y aunque no pasamos estos ríos, nos vinieron a ver, pasándolo a nado, como cuatro mil almas de muy amables, dóciles y amigables indios, que recibieron con tanto aprecio la palabra de Dios, que ya me daban muchos párvulos a bautizar. No los bauticé ni a otros muchos adultos que me lo pedían, pues les era necesaria primero la instructiva; con lo que ocho destos adultos han venido a instruirse aquí en Dolores, caminando a ese fin más de 200 leguas.

A renglón seguido, da razón del jesuita compañero: Aunque de ida y de vuelta muy enfermo de sus penosos cursos y almorranas, dio a los naturales muchas dádivas y aun gran parte de su propio vestuario y ropa blanca.

Y prosigue: Nos han ayudado mucho los buenos guías e intérpretes pimas y yumas, y también las varias estanzuelas de ganado mayor y menor y caballada de este partido, que hemos hallado en diferentes partes, en particular en San Marcelo de Sonoíta; de donde será fácil pase más adelante hasta la California, pues los naturales son tan leales, que, habiéndoseme perdido unas cabalgaduras en la entrada antecedente, ahora las hallé que me las habían recogido y cuidado con toda fineza.

Resumen: el jocoso incidente de que lo habían ya cafeteado, la enfermedad y generosidad de su colega, la ilusión por dar apoyo a California y el afectuoso elogio de sus pimas: El buen humor del italiano y legendario Kino, y su entrañable cariño para sus misionados y sus comisioneros.

3.3. Pondera luego y agradece las cartas de sus superiores jesuitas (el general, y el provincial de México), y sigue con una idea de la prosperidad material de las misiones de la Alta Pimería, medios temporales para el remedio de tantas almas y tantas nuevas naciones, habidos ya, gracias al Señor:

Más de tres mil quinientas reses, algunas ya muy adentro, que con facilidad, con la gracia divina, podrán pasar a las Californias Alta y Baja; muchos trigos y muchos maíces, frijol, y otras semillas, y todo género de hortalizas y legumbres y árboles frutales; viñas, molino de agua, recuas, labores, boyada, tierras y caminos llanos; hermosos valles, lindos ríos, abundantes pastos y buenas maderas para fábricas, y tierras minerales.

Y añade que el temple de estas tierras es algo semejante al de México y al mejor de Europa, sin excesivo calor y sin excesivo frío. Y más: que se podrá comerciar por mar y por tierra con otras cercanas y remotas provincias y naciones y reinos: con Sonora, Hiaqui, Sinaloa, Culiacán y toda la Nueva Galicia; y la Vizcaya, con Moqui y con el Nuevo México, y aun con la Nueva Francia.

3.4. Y concluye presentando, in crescendo, los esperados frutos de su obra misional: el incremento de los dominios del Rey nuestro señor; la protección de las provincias interiores de la Nueva España; la demitificación de más de una leyenda y el conocimiento objetivo de la superficie terrestre, con la apertura de nuevas rutas hacia la Europa y hacia la China y el Japón, y la protección y abreviación de la ruta comercial de Filipinas; el cumplimiento del encargo evangelizador del Rey de España, con la probable recompensa económica divina para la Corona, y el crecimiento de la Iglesia y la gloria de Dios, en la unificación de la humanidad bajo un único Pastor.

No leemos, pues, sólo al científico que asienta la peninsularidad de la Baja California; también al hombre consciente de su trascendental misión, a la que encamina razonamiento y corazón, y sabedor nada ingenuo de las motivaciones no siempre tan puras de los poderosos.


4. Los Confines narran ampliamente la gigantesca obra de Kino, y la penetran hasta la profundidad de tan gran hombre.., tanto, que el biografiado mismo se desconocería:

4.1. El gran Kino en sus adentros se sabía tan sólo un pecador e inútil siervo, por un favor celestial llamado a ser compañero de Jesús y miembro de su Compañía, y acompañado siempre por él, como en su parroquia de Dolores, así a lo largo de las más audaces y dilatadas exploraciones que emprendiera.

Esto era el corazón de Kino: el de un jesuita, un compañero de Jesús. Era el resultado de una larga formación, iniciada en su adolescencia en colegios de jesuitas, afianzada desde su ingreso al noviciado a los 20 años y confirmada por su admisión plena en la Compañía a los 33.

Alma y estructura de ella fueron indubitablemente los ejercicios de Ignacio de Loyola, vividos por Eusebio al inicio y al término de su preparación jesuita, y presentes a diario en su vida hasta que la entregó a Dios en Magdalena, a los 56 años cumplidos.

Formado en ellos, Kino no pretendió para sí grandes hazañas ni reciedumbre de personalidad. Sencillamente quiso servir al Dios que incondicionalmente lo amaba, y sabía que, acompañando a Jesús, ese servicio no podía ser otro que amar a todos los humanos, con especial preferencia por los más amenazados, y entregarse plenamente a ellos, apoyándolos en su esfuerzo cotidiano por ser libres y por vivir su propia dignidad.

4.2. Por eso, para Kino favores celestiales eran la amistad de guaycuros y de pimas, como los arribos a puerto o las tempestades en el Golfo; la sequedad y el ardor del Pinacate, o los aguajes, flores y animales que el mismo le brindaba; las vendimias y cosechas de Caborca o Magdalena, los becerros o potrillos paridos en Tucsón o en Sonoíta, los mapas esmerados y las cactáceas retratadas, las mediciones astronómicas, las campanas de los templos, las imágenes sagradas, los bautismos y las paces pactadas entre grupos indígenas adversos.

Todo para él era a la vez favor celestial y tarea humana, y se desvivía por descubrir a Dios en todas sus creaturas y por amarlo y servirlo en todas ellas, sin encontrar a su vivir y desvivirse otro sentido que este amor y este servicio.

Por sentir internamente todas las cosas, sucesos y personas como dones de Dios, gratuitos favores celestiales, lo fueron para él los ríos Gila y Colorado y el paso terrestre entre Sonora y California; lo fue el espigar del trigo y el racimar de las vides; pero, sobre todos, la amistad que le entregaron los indígenas, que con cruces lo buscaban aspirando por una vida más humana, y, consecuencia de ella, las misiones, con su templo, sus sementeras, sus ganados, su casa misional y las casas de los indios, que, enseñados por él, con sus propias manos construían.

4.3. Dios era para Kino el Padre bueno, que ponía a su disposición todas las cosas para que él las mostrara a los demás precisamente como regalos cariñosos de ese Padre para todos los hermanos.

Su alimento, pues, fue la gratitud: Vivió sumergido en una contemplación activa de cuanto lo rodeaba: el agua potable escondida en los aguajes pedregosos, las cimas de las montañas escaladas y las hermosísimas bahías contempladas o surcadas.

4.4. Vivía en Kino el Espíritu de Dios y de Jesús, espíritu de verdad, de amor, de trabajo, de servicio, de fidelidad y fortaleza; y convivivía con la combinación encantadora de la piedad popular centroeuropea diecisietesca y la seriedad científica del matemático y cosmógrafo.

Por eso, por lo que traía en su corazón, pudo ver lo que otros no veían: un corazón como el de él en los pimas de la Alta Pimería.

Kino se sabe heredero de larga tradición, y da nombres de vírgenes y santos a bahías, islas, montes, ríos y aldeas que el explorador fue descubriendo, y a misiones o visitas fundadas por el incansable misionero: el que celebra la misa cada día, la fiesta de la gratitud cristiana, aun cuando le supusiera desmadrugarse o desvelarse, o prolongar aún más las ya de por sí larguísimas jornadas.

Es el mismo espíritu el que lo lleva a ocuparse por igual del comercio con las Islas Filipinas que del detalle de las festividades parroquiales, del ornato austero y digno de sus templos, del cantar broncíneo de sus provisionales campanarios y del más noble y armónico de sus indígenas cristianos.

4.5. Ese espíritu soportó tempestades del Seno Califórnico y kilómetros ígneos de piedras y de arenas, así como burocracias y esperas de correos..; y, lo más doloroso, oposiciones continuas y aun intrigas incluso de algunos de sus compañeros.

Nada lo doblegó, porque su gozo era acompañar a su único Señor en su ascender hacia el triunfo del Calvario.

Sus 24 años de noroeste sonorense son la puesta en hechos de su convicción cordial: de su fe y confianza en el Dios que se da gratuitamente a todos y cuya gloria es la vida digna de sus hijos; y –la otra cara– su confianza y fe en esos hijos de Dios, en quienes supo ver siempre los rasgos familiares del rostro del Padre de Jesús, Padre también de todos ellos.

4.6. En otras palabras: Fue lo único suyo su despojo de sí mismo en la total entrega al hombre total, a quien mostró el camino de la vida auténtica, no enclaustrándolo en los rezos, sino enseñándole a optimizar con sus manos los bienes de la creación que Dios le dio y promoviendo relaciones de tolerancia, paz y colaboración entre los grupos humanos a los que se acercaba.


5. Para su andar, Kino portó poco equipaje; pero muy bien escogido: humildad profunda y agradecimiento permanente a Dios, autor de continuos y ubicuos favores celestiales; un crucifijo, alguna imagen y un libro de oraciones; agua y algo de comer, y alguna cosa que sembrar; astrolabio y brújula, y papel y tinta para mapas y registros de sucesos y de objetos. Y, no además de esto, sino precisamente en esto, inquebrantable fe en el ser humano y dedicación no regateada a ayudarlo a humanizarse.

Lo podemos ver, certeramente, a caballo, en Magdalena o aquí mismo. En Tijuana, lo vi en pie, empuñando un arado con la izquierda y un crucifijo con la diestra. Me gustaría verlo en la Unisón trazando mapas, pesando soles o redactando cartas y Favores.


6. Lo he visto, y muchas veces, en lo indómito y servicial de toda y todo sonorense, y lo creo, como de la Compañía de Jesús, también orgullo de Sonora. Y creo en esta Sonora, no bastardo orgullo suyo.

Que el dios mercado y la competencia y fatuidad impuestas por la sociedad que se globaliza y tecnifica no sofoquen lo más valioso de estas tierras: el corazón, la inteligencia y la libertad que de su antepasado indígena heredó y que Kino supo reconocer, respetar y cultivar.

Sobrenadan ellos en Confines, cuya saboreada lectura puede serles salvavidas. Bolton habría de estar en toda biblioteca o librero sonorense; mejor aún, en el buró o junto al sillón de las lecturas más humanizantes y sabrosas.

Sonora es como Kino: sensible, valiente y generosa; y, como él, tiene un destino, para México y para América Latina. Si empeña por él su libertad, el hacer de sus hijos seguirá haciendo su grandeza.

2005-09-03

Canto de victoria

De "El Libro de los Libros" (traducción mía de la Biblia), estando por celebrar el aniversario de la 'independencia' de mi patria, comparto ahora este canto libertario de los inicios del pueblo de Israel. Lo hago, porque alienta la esperanza, en tiempos difíciles de sumisión y decepción.

(A046) Canto de victoria

Exodo 15: 01-21

Cuando Dios liberó de Egipto a su pueblo y ahogó a los egipcios en las olas del mar, Moisés y su hermana María empezaron a cantar este canto, y todos los siguieron:

[Canto de María y Moisés, hermanos]

Caballos y carros,
guerreros con armas potentes,
Dios hunde en las olas rugientes
del mar.

Marchemos cantando,
que Dios con su mano
nos quiso librar.
El ve por su pueblo
y quiere gocemos
de la libertad.

Caballos y carros,
guerreros con armas potentes,
Dios hunde en las olas rugientes
del mar.

Creyó su soberbia
que nadie la guerra
les iba a ganar,
y llenos de orgullo
pensaron que el mundo
podían sojuzgar.

Caballos y carros,
guerreros con armas potentes,
Dios hunde en las olas rugientes
del mar.

Y Dios por su gente
en ira se enciende
y sale a luchar.
Su orgullo confunde:
con aire los hunde
en lo hondo del mar.

Caballos y carros,
guerreros con armas potentes,
Dios hunde en las olas rugientes
del mar.

La Tarea Humana

Alguien que conocía este texto me sugirió lo compartiera, y con gusto lo hago ahora. Data de hace uno o dos años, en relación, quizá, con mis clases de Filosofía. No me he detenido a revisarlo, pero creo puede interesar a alguien más de quienes hayan sido sus destinatarios primeros.



La Tarea Humana

FxsI

01. Es obvio que nacemos ya bastante bien dotados, aunque, salta a la vista, menos que la gran mayoría de los mamíferos, si no es que todos ellos: El circular de la sangre nos funciona desde antes de nacer, y, ya nacidos, muy inmediatamente el respirar, el comer y digerir, e igualmente el orinar y el defecar; y alguna otra cosilla, como el crecer, el medio movernos y algo más.

Pero es obvio también que eso no es un ser humano, sino apenas sí “en potencia” más o menos próxima o remota.

Quizá ya funcionaban antes los oídos y relativamente pronto empiezan a funcionar también los ojos, y así manos y pies, en algún modo; y alguna consciencia hay en nosotros desde entonces: una consciencia sensorial o empírica, por la que nos damos cuenta de si hace frío o calor, de si nos duele algo, y cosas por el estilo.

Todo eso está orientado a que el organismo se nos desarrolle, y aun creo yo que el primer conocimiento de la mamá no la capta todavía sino como satisfactor de la más primera y permanente de las necesidades: la del alimento.

Lo cual nos asemeja a los perritos y gatitos, que, sabe Dios si por vista, por tacto o por olfato, o por las tres cosas juntas más quién sabe cuántas más, saben hallar los pezones respectivamente de la perra o de la gata, para mamarle y llenar la barriguita.


02. Muy cercana a esta consciencia sensorial parece una segunda, que se muestra claramente cuando el bebé empieza a usar la boca, ya no sólo para comer, sino también para llorar y sonreír: sobre todo, cuando el llanto es ya no por hambre, frío o calor, sino por deseo de que alguien le haga caso, o al menos de alcanzar una sonaja u oír una campanita, o la sonrisa es por un movimiento rítmico, una canción o musiquita, o, más claramente aún, por sentir la compañía de alguien.

Esta consciencia, relacionada pronto con algún tipo de juego, significa un gran avance: si el niño o niña ya pensara y supiera entender y decir lo que experimenta, expondría su gran descubrimiento: “La vida no sólo es para comer y dormir; también sirve para divertirse: para jugar y para sentir bonito”.

Si la otra era “consciencia sensorial”, ésta es además “consciencia estética”, en cuanto distingue lo feo de lo bonito; consciencia que tiende a modificar, si no precisamente las exigencias nacidas de la consciencia sensorial, sí al menos la manera de satisfacerlas: Ya no sólo se trata de comer, sino se suele preferir lo dulce a lo amargo, y, a la larga, el comer acompañado al comer solo, y así de lo demás.

No ciertamente por un preferir libre; sino por un preferir práctico, que resulta en que se apetece más lo que para uno es placentero o bonito que lo que no lo es, aun suponiendo que en cuanto llenar la barriga (o la vista, o el oído) una y otra cosa equivalieran.


03. En algún momento, aparece otra consciencia, en la que el bebé se da cuenta de alguna alteridad: empieza a distinguir lo que es él de lo que no es él, y empieza incluso a distinguirse como un yo distinto de otras personas.

No sé cuándo ni cómo ni en qué grado empiece esto, pero en algún momento se manifiesta en el lenguaje, al menos la primera vez que dice “yo” o que sabe que se habla de él cuando se habla del bebé. No sé si ya para entonces sabe decir “mamá” y “papá”; ni mucho menos si se da cuenta de que papá y mamá son de la misma especie que él.

Probablemente esto tarda tiempo en descubrirse, cuando poco a poco se empieza a desarrollar otro nivel de la consciencia: la consciencia inteligente, que ante lo experimentado (sentido o imaginado) se pregunta, y que culmina en el interés (pragmático o especulativo) por el cómo funcionan de las cosas, o, más agudamente, por su qué son.

Se suele hablar de el despertar de esta consciencia en términos de la edad de los porqués, en que todo niño se vuelve un preguntón: “¿qué estás haciendo?”, “¿para qué lo estás haciendo?”, “para qué sirve esto, o lo otro?”; inequívoca señal de que el niño ya es inteligente.


04. Muy cercano a ésta y no tan fácilmente distinguible, aparece un nivel más pleno de consciencia: el que lleva al niño a hacer afirmaciones:

No sólo a sentir frío, tener sueño, tener hambre, o a estar a gusto o querer seguir jugando; ni sólo a ponerle nombre a eso, aprendido de su entorno personal; sino a afirmar la realidad de lo sentido o de lo experimentado: a decir claramente “tengo sueño”, o “no me gusta”.

Parece que cualquier uso de una forma verbal del lenguaje (es decir, de un verbo en modo personal), denota esta consciencia, llamada afirmativa o racional: la que se expresa cuando empieza uno a manifestar su interior, siquiera a nivel rudimentario: “me duele” o “me gusta”.


05. No ha salido uno de la niñez (tal vez sí de la infancia), cuando empieza a manifestarse otro nivel de la consciencia: el que lleva a decir “quiero” o “no quiero”, indicio de la que puede llamarse “consciencia ética”:

Esta, como cada una de las anteriores, no destruye a las que le son previas y como que le subyacen; sino que las integra, las asume, las sublima y las perfecciona.., aunque, paralelamente, entra también en conflicto con ellas:

Como se llegó a distinguir lo bonito de lo feo, y así también lo entendido de lo no entendido, cada vez con mayores dificultades, o, al menos, con dificultades más conscientes, se va distinguiendo (de entre lo entendido) lo bien entendido de lo mal entendido; al grado de que, si se ha afirmado algo a la ligera, y, por ello, en ocasiones sin razón, cabe la dolorosa posibilidad de reconocer y decir “me equivoqué”.

Y así también, dado que el entender y el afirmar van acompañados de la consciencia de la propia posibilidad de modificar los datos que me afectan, es decir, de modificar la realidad, al menos la mía misma (mi propia realidad interna, modificable por acciones mías transformadoras de lo externo); esas acciones, en cuanto previstas como posibles antes de realizadas, me dan acceso a este nivel nuevo de consciencia: a la “consciencia ética”.

Este nivel nuevo de consciencia ética, no sólo me da consciencia de lo que me es indispensable para que subsista mi organismo, ni sólo de lo que me gusta o me disgusta por ser para mí bonito o feo, ni sólo de lo que las cosas son o significan ni de cuál es su funcionar (porque las he entendido, o porque creo haberlas entendido), ni sólo de revisar críticamente mi entender para distinguir el bienentender del malentender y afirmar sólo lo bienentendido (comprobado por que no deja lugar a más preguntas pertinentes, y, sobre todo, porque las previsiones fundadas en mi entender van resultando realizadas), no sólo –digo– me da consciencia de todo lo anterior, sino también de lo bueno o malo de mi actuar en un sentido u otro, de mi posibilidad de decidir hacer algo o no hacerlo, y de mi responsabilidad por ello.

La consciencia ética, pues, asume y sublima las anteriores todas, y las plenifica: es la que empieza propiamente a hacerme persona; es la consciencia de mi libertad, de mi ir haciéndome dueño de mí mismo.


06. Esta consciencia no sólo se me presenta como la posibilidad de actuar en un sentido u otro, o de actuar o no actuar:

La consciencia sensorial me pide respuestas instinctuales, y de nacimiento vengo equipado para darlas: para mamar si necesito alimento, para aflojar los esfínteres evacuatorios para que dejen salir lo que ya me es desecho; la estética me genera emociones (de placer o displacer) y me impulsa a ponerme a procurármelas o a ver de rehuirme de ellas, respectivamente; la inteligente es fruto de mi inquisitividad innata, originariamente ‘cuasi en blanco’, decían los medievales escolásticos (tamquam tabula rasa [como pizarrón borrado]), y, en ese sentido, aunque limitada por el material de que dispone (nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu = nada hay en el entendimiento que no estuviera antes en la imaginación o en los sentidos), en ese sentido –digo–, es creativa: más semejante al esculpido de una estatua de un bloque de mármol, que a la toma de una fotografía.

Esta creatividad inteligente ofrece su material a la consciencia racional, la cual, aunque es también creativa, y, si cabe, más que la anterior, puesto que no sólo crea pensamiento, sino crea la afirmación misma de lo real, es más limitada en su creatividad; puesto que yo puedo entender muchas cosas y elaborar muchas teorías, pero no puedo afirmar todo lo que se me ocurra; que, al fin y al cabo –parodiando el dicho–, “el entender no empobrece; el afirmar es lo que aniquila”.

Me explico: No puedo yo sin más afirmar o negar a mi antojo lo que se me ocurra; sino que, para hacerlo, dependo de lo real: Una afirmación mía es, aunque yo no quiera, una toma de postura ante lo real, y, en ese sentido, un compromiso conmigo mismo y con lo real (cuya parte soy yo mismo):

En mi afirmar o negar no puedo yo llamarme autónomo: No sólo como no lo soy de bebé para mamar o no mamar, ni para sentir bonito o feo, que en fin de cuentas la exigencia que en ello me constriñe puede ser llamada centrípeta o egocéntrica; ni como al entender, en que me hallo limitado por los datos de que disponga: por lo que haya en mis sentidos, en mi imaginación o mi memoria, que me dan el material a partir del cual construyo mi pensamiento.

Mi heteronomía en el afirmar o “juzgar” es mi dependencia de lo real: mi consciencia de la estructura dinámica de mi misma consciencia, que se frustra, aunque yo no lo desee, si mi afirmación o mi negación no se conforman con lo real.

En otras palabras: mi consciencia me atestigua y me exige que no descanse yo en cualquier afirmación, sino únicamente en la que yo considere verdadera; como que, hecho yo para la verdad, no puedo satisfacerme (hacerme bastante o suficiente) a mí mismo si no es con la verdad.


07. Y si esta exigencia, por así llamarla “lógica” o racional, me lleva a “someterme” a lo real, la consciencia ética se me presenta con una exigencia aún más fuerte:

Lo bueno y lo malo se me presentan por sí mismos como obligatorios o prohibidos, respectivamente; de tal manera que, por ejemplo, mi consciencia de lo bueno implica en sí la consciencia de un imperativo (imperativo de consciencia, no exterior a mí o extrínseco), que me hace enfrentarme a una dualidad, a primera vista contradictoria: por una parte, me hace sentir que debo hacer algo, que ese algo (por decirlo así) solicita mi acción y me la ordena, que me urge una responsabilidad que tengo yo; y, por otra parte, me hace sentir también que se trata de que lo haga libremente: que puedo hacerlo o no hacerlo, que puedo o no responder a la exigencia de lo real, y que depende ello de lo que llamo libertad: de que yo quiera o no quiera por mí mismo:

Siento que en este mi querer o no querer, al menos por lo que respecta a mí mismo, soy insustituible: Tal vez alguien pueda hacer por mí algo que yo debiera hacer, o que es necesario que alguien haga; pero mi querer o no querer, antes que modificar una realidad externa a mí, me modifica a mí mismo; y, al modificarme, me mejora o me empeora, según decida yo; lo que hace que cualquier decisión mía sea en primer lugar decisión acerca de mí mismo. Y en este primer, ineludible y principal resultado de mis decisiones, absolutamente nada ni nadie puede suplantarme; pero ni siquiera violentarme.

Ya a este nivel de mi consciencia (por no decir “de mí mismo”) lo que está en juego no es que crezca o se conserve mi organismo, ni que sienta yo bonito o feo, ni que bienentienda o malentienda algo; ni siquiera que actúe o no racionalmente al afirmar, y que, por tanto, me dé cuenta o no me dé cuenta de lo real; sino mucho más que todo eso: que me haga yo mismo más libre o menos libre, más yo o menos yo, urgido por una consciencia dinámica (que soy yo mismo, hasta donde ya soy), que me impera y me impele a hacerme más yo mismo, más humano, y, a la vez, con la responsabilidad mía y sólo mía ante la posibilidad de querer o no querer secundar ese impulso y ese imperativo, que siempre me mandan, pero nunca me coaccionan.

Lo bonito y lo feo (la estética) –ya lo vimos– modifican mi alimentarme (y mi procrear); y mi anhelo por entender, limitado por mi información sensible, la subordina a sí y me exige elaborar las imágenes o los símbolos más adecuados para él, a la vez que me lleva a desechar los menos oportunos (por distraerme de la intelección que procuro o simplemente por no brindarme pista alguna para ella). Y, así también, cada nivel superior de consciencia (como el estético respecto al sensorial, o el intelectivo respecto al estético y al sensorial) domina sobre el nivel o los niveles inferiores de consciencia, usándolos, aprovechándolos, modificándolos o aun reprimiéndolos.

Y, paralelamente, así también mi afirmar lo real domina sobre mi entender, al menos en cuanto me lleva a no afirmar todo lo entendido, sin someterlo al proceso de la razón crítica, y, ulteriormente –mejor aún, de serme posible–, de la razón práctica, que convalida una hipotética afirmación con el funcionamiento de lo que a partir de ella pude prever inteligentemente, diseñar imaginativamente y plasmar técnicamente.


08. En esta escalera o escalafón de mi consciencia, por así decirlo, los niveles inferiores de ella no se pliegan sin más y dócilmente a las exigencias de los niveles superiores, algo así como si se hubieran engolosinado con su saboreada autonomía; de tal modo que no todo lo sensible nos es bonito, ni todo lo bonito nos es inteligible, ni todo lo entendible nos es afirmable, ni todo lo afirmado nos es de suyo elegible:

Al contrario: parecería que hay en nosotros una lucha interna casi permanente entre los diversos niveles de consciencia, en la que los inferiores se esmeran en sustraerse de los requerimientos de los superiores, y éstos a su vez se empeñan en someter a sí a los inferiores.


09. Y, en alguna forma, nosotros mismos somos conscientes en algún grado de esta lucha interna, y de lo que nos va en ella:

Somos, en primer lugar, conscientes del hecho mismo de esa lucha. Pero igualmente somos conscientes de que, bonita o fea, no podemos negarnos a darnos cuenta de esa lucha y a tratar de entendernos a nosotros mismos (‘¿qué estoy haciendo?’, o ‘¿qué me pasa?’); como tampoco podemos aplazar indefinidamente el dar por válido lo que vayamos comprendiendo de nosotros, de modo tal que nuestra consciencia nos compele a afirmar, al menos para nosotros mismos (en secreto y para uso estrictamente privado), aquello que vayamos considerando racionalmente que es nuestra propia realidad.


10. Más allá de ello, somos conscientes de nuestra libertad y de nuestra necesidad de irla haciendo por nosotros mismos (y, por tanto, de la limitación de esa misma libertad nuestra, con la que ciertamente no nacimos ya equipados).

Somos conscientes, así también, de que se nos va la vida en esa nuestra tarea fundamental, atestiguada por nuestra propia consciencia ética: la de hacernos a nosotros mismos a base de libremente elegir lo que nos es bueno, y actuarlo (aunque suponga, pudiera ser, no atender a nuestras necesidades de alimentarnos y procrear, ni a todas las de sentir placer o rehuir el displacer, o aun no siempre a las de entender y de afirmar).

Y somos, además, conscientes de que en este hacernos libres a nosotros no todo han sido éxitos hasta hoy, sino que hay también fracasos, por cuanto no siempre hemos cooperado desde nuestros niveles inferiores de consciencia al mejor desarrollo de nuestros niveles superiores.

Nos sabemos, por tanto, ya parcialmente fracasados, como también parcialmente exitosos; y esto, irremisible e irreversiblemente, al menos por cuanto “lo hecho, hecho está”, y mis decisiones son ya parte de la historia, de mi historia, y, por tanto, de mí mismo: para bien o para mal, ya me han configurado, y, al hacerlo, me han capacitado o discapacitado para algunas ulteriores decisiones.

Es decir, hoy, mientras escribo o leo esto, yo ya soy yo, hasta cierto punto, y, hasta ese punto, ya estoy condicionado: ya he desarrollado unas capacidades y he bloqueado otras; y, por mucho de mis decisiones que pueda atribuir también a influjos de mi entorno, me es obvio que soy yo el responsable de ellas y, en ellas, de quien soy, y, con ello, de lo que todavía puedo yo ser, así como de lo que ya no puedo ser.

Y esto, no por especial buen gusto o mal gusto míos, ni por especial sensatez mía ni estupidez, ni por especial bondad mía o malicia mía; que, habiendo nacido casi del todo inequipado, me fui equipando yo a mí mismo sobre la marcha, a partir de casi cero y sin disponer de los recursos necesarios para un equipamiento que medio se acercara al que pudiera ser llamado ideal.

Dicho en otra manera: la herramienta con que he de hacerme yo a mí mismo, no es otra que yo mismo, y tuve, tengo y tendré que tomar muchas decisiones sin tener los elementos todos requeridos para tomarlas; y, en primer lugar, sin el principal de ellos: mi libertad, misma que no iré logrando sino por medio de mis buenas decisiones.., que nada probable es que al término de mi vivir biológico pueda yo afirmar con verdad que hayan sido el 100% de las hechas.

Al mismo tiempo, sin embargo, mi consciencia y su dinamismo me atestiguan insobornable e irrefutablemente mi propia dignidad: mi ser más que una simple piedra, una planta o un animal (por referirme sólo a lo que me resulta más patente), y que al menos algo de ese mi “ser más que” consiste precisamente en mi libertad: dignidad, riesgo y tarea: los de hacerme yo a mí mismo.


11. Todo esto anterior lo puedo formular de múltiples maneras, probablemente las mejores de ellas con empleo de materiales no intelectual y racionalmente elaborados. Es decir, recurriendo a mi imaginación pre-intelectual, a mi sub-consciente estético, al que me habla de lo bonito o de lo feo, que se expresa en lo que sueño, lo que canto o lo que cultivo en mis poemas, o en lo que reconozco de los de otros.

Tal vez por esto: Mi misma consciencia dinámica no me es del todo transparente, quizá por lo que en ella hay ya de frustración o de fracaso. Pero tampoco me es del todo opaca, puesto que ella es mi propio dinamismo, por el que yo soy yo y sin el cual no pasaría de perro, árbol o petróleo. Y esa mi dinámica íntima me solicita mi dedicación más plena a ella, algo así como lo bonito o placentero me atrae, antes de cualquier elaboración intelectual que haga yo de ella.

Eso, pues, que ciertamente sé de mí mismo, aunque a la vez me excede (como que me dice no sólo qué soy, sino qué puedo yo llegar a ser, y me impele a ello, exigiendo de mi capacidad de decisión decisiones para las que no estoy capacitado), eso, lo puedo expresar de muchas formas, y, si quiero, por alguna de ellas he de optar:

En primer lugar, siguiendo la propuesta inicial de esta nota, puedo hablar de un nuevo nivel de mi consciencia: de un nivel que asume y sublima los anteriores todos, y que me lleva o invita “más allá de mí mismo”: un nivel al que, por esto de “más allá”, puedo llamar “nivel trascendente de consciencia”.


12. Así, en resumen, puedo detenerme a inventariar los niveles de mi consciencia de los que yo mismo soy consciente:

1. Sensorial, orientado a mi subsistencia y a la de mi especie,
2. Estético, orientado hacia mi gozo y mi placer.
3. Intelectual, a mi entenderme a mí mismo y a mi entorno.
4. Racional, hacia mi afirmar lo real conforme es ello.
5. Etico, orientado hacia mi elegir y actuar lo bueno.
6. Trascendente, hacia mi mismo hacerme yo más pleno.

De este último, el trascendente, queda mucho por decir:


13. Entre ello, que puedo formularlo (siempre usando de símbolos, pues no es algo que pueda yo entender adecuadamente, ni, por tanto, afirmar con expresiones inequívocas), y que probablemente me ayuda formularlo: para poder convalidármelo con formulaciones ajenas y para podérmelo evocar para mí mismo.

También, que las formulaciones de esos símbolos pueden ser variables, y que la que resulte buena y funcional para alguien no necesariamente ha de serlo para otro, como ni tampoco la de una época a cultura para otra.

No significa esto (parece sugerirlo la consciencia, y más desde las perspectivas que se plantean de aquí en delante, a más de que parece confirmarlo la historia, o, por lo menos, algunas historias de la historia) que las formulaciones conscienciales, ni siquiera las de la consciencia transcendente, sean del todo intrasferibles:

Todo símbolo, en efecto, parece ser, por arte o por técnica, traducible; o, por decirlo así, transculturable; aunque muy probablemente la transculturación no sea biunívoca del todo. Se ha dicho que quidquid recipitur, ad modum recipientis recipitur [cuanto se recibe, se recibe según la índole del recipiente], y puede añadirse que quidquid emititur, ad modum emitentis emititur [cuanto se emite, se emite según la índole el emisor]. Pero no sólo a través de espacios electromagnéticos, de satélites y de bits; es obvio que también a través de siglos, de libros y de cacharros o edificios, los símbolos han pasado de una a otra cultura, en lo que alguien llamaría la herencia no genética.


14. Y, tenido en cuenta esto, puedo yo decirme a mí mismo algo como esto, esperanzado de que para alguien mis símbolos lo remitan a algo suyo paralelo, no tan lejano de aquello a lo que a mí mismo en alguna forma me remiten:


15. Mi experiencia consciencial me atestigua que yo mismo soy para mí mi principal, por no decir mi única, tarea: que nací incompleto, y que se me va la vida en completarme, aun en la consciencia de haber frustrado ya mi compleción a la que pudiera llamar óptima.

Que esto mismo, con su ambigüedad, no es para mí premio ni castigo: es algo que me llegó sin yo buscarlo, algo de lo que puedo decir que se me dio sin que yo lo ameritara.

Que es algo que es mejor que nada: que para mí es mejor ser que no ser, vivir que no vivir, y que, a pesar de muchas cosas, mi canto puede parecerse al que cantó Violeta Parra: “Gracias a la vida (o a la Vida), que me ha dado tanto...”

Que con el don me cayó una responsabilidad, acerca de la cual nadie me preguntó si estaba yo dispuesto a aceptarla.

Que esa responsabilidad es a la vez una promesa, o, por decirlo de algún modo, más que una mera espera es una esperanza: la de que puedo realmente ser más yo: crecer en libertad, en señorío de mí mismo, de mi consciencia y de mis actos (tan materiales ellos como tomar ahora un sorbo de café).

Que también ella es rumbo y es luminosidad: que no me es radicalmente obscuro el rumbo de mi crecimiento como yo, y que básicamente sé cómo hacerme a mí mismo persona.

Que, paradójicamente, eso mismo que es tarea, a la vez es descanso y pasatiempo; que lo que yo no he merecido, a la vez es consecuencia de mis decisiones; que eso que es mejor que nada, es tan tremendamente limitado que me orilla a veces a sentir o pensar que hubiera sido mejor nada; que, así como esa responsabilidad me es irrenunciable, así también cierta irresponsabilidad al ejercerla me es connatural; que la promesa tiene siempre algo de fallida, de falladera y falladora (se va a cumplir, sí; pero a la vez va a dejar de cumplirse); que la esperanza tendrá siempre algo de desesperación; que mi ser libre y amo de mí mismo lo serán siempre en mi esclavitud y desde ella; que mi rumbo será siempre desvío, mi luminosidad oscura y opaca mi transparencia, y que, sabiendo cómo hacerme persona, nunca acabaré de saberlo.


16. Y, tal vez, según lo dicho, puedo decirme también esto: Que puedo formularme como producto o efecto de una donación que se me ha hecho, de un donante que me da lo que ya soy yo y que me da la posibilidad de ser más yo.

Y, si es así, y siendo evidentemente ese donante, en algún sentido, previo a mí mismo, puedo interpretarlo como mi bienhechor, ciertamente como mi gratuito bienhechor, a quien no pude yo constreñir a que me diera el don de ser (o de ir siendo, o ir haciéndome) yo mismo.

Es más: aun puedo formular a ese bienhechor libre y gratuito como dador, más que de sus dones, de sí mismo; puesto que lo que me da es precisamente el que yo pueda irme haciendo a mí mismo bienhechor gratuito y libre; cierto: para con los demás; pero, al serlo, mucho más para conmigo mismo.

Si la palabra me lo dice, y si mi experiencia (activa y pasiva) da para ello, a ese donador puedo llamarlo amor (como don libre), o, al menos, puedo atribuirle haber actuado y actuar por amor para conmigo.

Y, todavía, si el lenguaje religioso no me es ajeno o repugnante, puedo llamarlo “Dios” (o aun llamarle: “¡Dios!”); no para decir que ya con llamarlo o llamarle lo entendí, ni que estoy afirmando alguna realidad de él o en él; sino simplemente para decir con verdad que ya le puse nombre (como pude ponerle otro que a mí me diga más); cualquiera que sea éste, por cierto, no como nombro a lo entendido, sino como provoco en mi poesía evocaciones de lo que a mi entendimiento queda corto.., o queda largo (que a fin de cuentas parece ser lo mismo).


17. Hasta aquí creo haberme mantenido en el campo de mi mera consciencia. Y creo no salirme de ella si afirmo lo que sigue:

No he entendido, como decía, a qué puedo llamar “Dios”; pero sí para qué tal vez pueda servirme esa palabra: para referirme en algún modo a mi consciencia, y hasta lo más elevado, profundo o íntimo de ella: concretamente, a su nivel trascendente, que en alguna manera subsume los anteriormente a él analizados: el ético, el racional, el inteligente, el estético y el instinctual.

Puedo afirmar también que lo que he hecho es formular cuasi poéticamente una experiencia (con palabra o símbolo heredado, o por mí creado; parcialmente creado, no más); sobre todo, por lo que se refiere a ese último nivel: la experiencia semiconsciente del dinamismo de mi propia consciencia, que me lleva más allá de mi misma realidad, de mi mismo ser yo actual (pues me sé a la vez don y promesa, dato y tarea, responsabilidad y señorío).

Si esta formulación me formula lo que en mí mismo experimento (u otra para mí más apta, preferible, por supuesto), aunque ciertamente inadecuada y en alguna manera metafórica o “poética”, difícilmente puedo negarla, puesto que formula mi experiencia consciencial; y puedo sentirme inclinado a afirmarla.

Más aún, puedo considerar no sólo bonito el afirmarla, sino también comprensible y sensato (aunque sé que no la entiendo), y así mismo racional o razonable. Y, de allí, puedo considerar bueno el afirmarla, consciente de que mi afirmarla sería darle realidad para mí: al menos germinalmente, considerar que es una formulación que dice algo de lo real, algo relacionado con lo real.

Y, si lo considero bueno, lo puedo también considerar (o “sentir”) obligatorio, como fruto del imperativo consciencial de mi consciencia ética, respetuosa siempre de mi libertad y celosa de ella, pero, por ello mismo, no menos celosa de lo bueno.

Y tanto la experiencia, como la formulación, como la propensión hacia afirmarla, como la obligatoriedad y libertad (mi responsabilidad) de afirmarla; y, no menos que lo anterior, las vislumbradas consecuencias de ello para mis decisiones y mis actos, así como, por tanto, para mi mismo irme haciendo yo a mí mismo, todo ello lo puedo admitir en el ámbito de mi consciencia transcendente. Es decir, en el de mi semiconsciente experiencia de la innata dinámica de mi propia consciencia; de sus niveles, autonomías y heteronomías; de sus potencialidades y limitaciones; y, en todo ello, de mi mismo ser yo y no serlo todavía, de mi haberme recibido y estar por completarme, de mi esencial éxito y fracaso, de mi esperanza y frustración existenciales, de mi ser a la vez “gracia” y “pecado”

Y, así mismo, todo esto no sólo lo semiexperimento; sino que a la vez me es bonito y feo, placentero y displaciente. Y me pregunto por ello y como que lo entiendo, a la vez que no lo entiendo (me entiendo, y no me entiendo).

Y soy consciente, por lo mismo, de ser impelido, no constreñido, hacia afirmarlo: No a “semiafirmarlo”, pues entre afirmar y no afirmar no hay término medio, pues no hay más sí que el sí, como también no hay sino un no.

Y así también, soy consciente de que afirmarlo me es posible, que me es bueno: que la afirmación de ello me lleva a ser más yo, y que me modifica a mí mismo, y que, modificando mi ser, modifica mi consciencia, y, con ella, mi pensar, mi elegir y mi actuar.

Más aún: soy consciente de que esta afirmación me es obligatoria, pero que a la vez me es libre; y que, con ella, también sus consecuencias, regidas no por nada sino por mi propia consciencia que, en el fondo, a sí misma se afirma (y se trasciende) al libremente afirmar su semiexperimentado, semientendido y semivalorado dinamismo.

Por todo ello, puedo esto expresarlo en un nuevo lenguaje:


18. Puedo decir que me sé invitado a creer, invitado a tener fe; y que así esa invitación como esa fe misma, son para mí a la vez don y tarea, obligación y opción, conquista y gratuidad, y que el creer o no creer tiene que ver íntimamente con mi mismo hacerme yo a mí mismo, ir haciéndome persona.

Si todo lo hasta aquí dicho es así, me puede resultar iluminante ante diversas oportunidades, vicisitudes o eventos de mi vida; entre ellos:


19. La posibilidad de darme a alguien, posibilidad que tendrá connotados muy cercanos a los recién mencionados del creer: donación que, ciertamente, será muy placentera, y tendrá que ver con las necesidades elementales de mi biología (muy probablemente, más con el procrear que con el mero alimentarme) y satisfará a la vez a las necesidades primigenias del individuo y de la especie; pero que ciertamente es ante todo posibilidad de trascenderme, de hacerme verdaderamente yo, al realizar en muy satisfactoria aunque limitada plenitud el dinamismo interior de mi consciencia, que me lleva, no sólo a hacerme yo, sino a hacerlo en la única forma que hallo buena y cuya bondad me solicita imperativa y respetuosamente: repitiendo en mí la gratuidad y la donación, características que atribuyo a mi fuente y origen primeros, a los que puedo llamar “Dios”.

(¿Tendrá que ver con esto el símbolo fálico de la serpiente genesíaca, su invitación a comer de la “manzana”, fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, y su promesa, no tan engañosa, de que el comer tal fruto haría a los seres humanos semejantes a los dioses?)

Cuando hacer el amor no es sólo “comerse la manzana”, sino es verdaderamente hacer el amor, es la expresión más plena, accesible y connatural de la tarea y de la consciencia: el orgasmo integral, en el que se plenifica gozosamente, aunque limitada y transitoriamente, la consciencia, en todos sus niveles: sensorial, estético, intelectivo, crítico, ético y transcendente: en ese acto y pasión, necesariamente compartido y cogozado, no sólo dos carnes se hacen una, ni sólo dan vida a una tercera, sino lo biológico humano se trasciende y lo transcendente humano se hace carne, aun en el significado eléctroquímico del término.

El amor, el auténtico hacer el amor, es culminación e impulso provisorio y promisorio del hacerse persona; y, por serlo, es a la vez hacer realidad eso innombrable a lo que hemos dado nombre: Dios (el innombrable: Yahveh = el que será).

Y es con ello símbolo transcultural, como connatural que es, radiante e irradiante, y victorioso, del triunfo humano sobre la limitación y frustración del ser y hacerse humanos, y, con ello –quien desee puede afirmarlo– de la victoria definitiva del Dios que se hace hombre, o del hombre que se convierte verdaderamente en Dios.


20. Y, si del amor, es claro que lo dicho ilumina también el sentido de la vida, y, con ello, el del trabajo, el de la enfermedad, el del dolor, el de la decrepitud y el de la muerte:

No es la vida sino el gozar de la tarea, y no es la muerte sino el gozar del fin de ella: La de ir transformando un bebé en una persona, la de ir subsumiendo un organismo biológico (y, con ello, una química y una energía-materia) en una consciencia personal y libre, que se hace a partir de aquel organismo, y que sin duda lo supera.

Y a tal grado lo supera, que consciencia y libertad no están sometidas a las vicisitudes del tal organismo, mismo que por su naturaleza necesariamente se desgasta, y mucho más cuando su funcionar está sometido (o en proceso de sometimiento) al libre funcionar de la consciencia y la persona:

Es claro, aun por el hecho y el instinto de la reproducción biológica, así como por las evidencias química y estadística, que el organismo humano no es un organismo estable y permanente, sino más bien una estructura inestable, que, además de requerir de muchos y muy cualificados insumos para mantenerse, se deteriora irremisiblemente y acaba por destruirse: ¡si hasta los vegetales y las bestias mueren; ellos, para quienes vivir es mucho más fácil y menos desgastante que para quienes nos sabemos superarlos!

Es claro, así también, que, hasta donde sabemos, sólo en ese organismo, y a partir y a costa de él, se da la consciencia inteligente (la sensorial y la estética se dan también en otros organismos); y, si alguien lo dudara, no creo dudara de que al menos la consciencia racional (que afirma lo real), como la ética, sí son exclusivas de ese inestable organismo (porque hay animales de los que se dice que son “muy inteligentes”, como quizá del perro, del caballo y del delfín, o tal vez de la abeja y de la hormiga).

Parecería claro que quien dedicara su vida al cultivo exclusivo de su propio organismo, difícilmente puede creer que tendrá un éxito demasiado duradero en su empresa, pues la evidencia del morir de los humanos parece insoslayable. Y, extrapolando un poco, podría quizá afirmarse que esa falta de definitividad de éxito orgánico va decreciendo a medida que la dedicación y el empeño de alguien se enfoquen a satisfacer niveles superiores de consciencia, como que el definitivo éxito orgánico está en, a su manera, transcenderse, proporcionando el material requerido para plenitudes superiores (como el agua y la tierra se plenifican al hacerse planta, por el calor luminoso del sol y el nocturno descanso en que las acompañan, vigilantes, la luna y las estrellas).

No, ciertamente, porque se confunda, sin más, duradero o permanente con auténtico o definitivo; aunque es persuasión común que lo bonito dura más que lo nutritivo y que el arte sobrevive al artista, como el pensamiento al pensador y la bondad al bueno. Sí, más bien, por alguna luminobscura u opacotransparente persuasión, germinada quizá del semen y en la tierra de la consciencia creyente y transcendente, de que, a la manera como la historia es irreversible y la realidad razonablemente afirmada es innegable, así también la bondad es inmaleable, la decisión hecha es indeselegible, y la fe, sombreada siempre por la infidelidad, la deslealtad y la duda, es, con todo, indescreíble, así como lo trascendido es indestrascendible:


21. En breve: parece que la consciencia transcendente atestigua la definitivad del transcenderse, definitividad que formulan algunos como eternidad, lo que sea a lo que esta fórmula simbólica (o símbolo lingüístico) remita.

(Sobra casi decir que, además de lo lingüísticamente inapropiado de poner en sinonimia ‘eternidad’ con ‘permanencia’ o ‘interminabilidad’, no remiten ‘autenticidad’ o ‘definitividad’ a vida alguna ultratúmbica, aunque sí dan para distinguir entre vivir y Vivir, o vida y Vida)

Parece, pues, que no es un mero juego de palabras el decir que la orientación de la vida a la construcción de la propia persona, en la línea sugerida a propósito de la que he llamado consciencia transcendente, es la empresa en la que el ser humano se trasciende a sí mismo, va más allá de sí mismo, y es, de paso, la empresa cuyo éxito (o ausencia de fracaso, por lo menos) parece menos probable.

¿Por qué parece menos probable el fracaso de esta empresa que el de otras, cuando muy consolidades empresas han llegado a bancarrota? ¡Precisamente por eso!: Porque el hombre, por más que parezca a veces (y aun de adrede) ignorarlo, es superior a todas sus empresas; porque, aun en la más desarrollada y globilazante economía del mercado, la consciencia y la libertad no están en venta, y, aunque se coticen en la bolsa de valores, saltan por sus fueros.., o se destruyen:

El hombre intrascendente, el hombre ni libre ni consciente, no es viable: La evolución sigue la ley de la supervivencia del más fuerte; pero el ser humano más fuerte no es el que pesa o mide más, ni el biológicamente más desarrollado... El hombre fuerte es el que mejor va haciendo su tarea, y aun con mínimos elementos materiales o biológicos esta tarea puede ser hecha con suficiente plenitud:

Si el David es en verdad obra maestra, su maestría no le viene de su medida o tonelaje, sino de la genialidad de quien precisamente, a heridas y golpes, disminuyó tamaño y peso de un mármol que se conserva hoy en Florencia; y un solo de flauta o de guitarra puede ser más bello y más humano que una ópera desmesurada y torpe o una carísima, comercilialísima, publicitadísima y monstruosísima super-producción hollywoodesca.

Esto hace comprensible que un pobre judío crucificado siga siendo para un buen número de humanos, a casi dos milenios de los hechos, la más plena realización del ser humano: la más persona de todas las personas, en quien –lo creen algunos, sea lo que sea lo que entiendan al creerlo– en una sola realidad se unen lo humano y lo divino: la del llamado Dios-Hombre u Hombre-Dios, el Jesús de Nazareth de los cristianos.

(Y en esta misma línea parece apuntar la historia de lo que llamamos Occidente: Desde el año 70, el Templo de Jerusalen (originariamente obra de David y Salomón) no ha sido reconstruido; pero la Biblia conserva su vigencia y está viva; poco queda o nada hoy de las conquistas de Alejandro, pero se siguen editando las obras de Platón o de Aristóteles; numerosos caballeros incrementaron los feudos, inexistentes hoy, de sus amos medievales, pero la humanidad está agradecida a los copistas de los monasterios de esos siglos; y la universidad de Carlo Magno subsiste a doce siglos de distancia, mientras muy poco o nada queda de su imperio...)


22. El hacerse persona por la fe, que actúa en el darse a sí mismo que es amor, culmina para cada quién cuando su organismo se destruye, y, si al dador y prometedor lo concebimos leal y fiel (cosa de la que difícilmente podemos dispensar a un amador), podemos creer que esa culminación es acabado y es final: No porque con la muerte, como es obvio, todo se acabe y se nos acabe; sino por que con ella somos acabados, llevados no a mero fin, sino a final: a plenitud, a personalización plena (que no necesariamente significa “individualización”, como lo ha prometido una tradición más de origen greco-latino que judeo-cristiano, felona sacrificadora de personalizaciones y comunidades humanas, en adoración y servidumbre al llamado dios Mercado).


23. Finalmente, para los que sufren (¿hay alguien que no sufra, siendo alguien, o anhelando por ser alguien y no meramente algo?), quiero terminar afirmando lo siguiente:

Todo sufrimiento que provenga de carencia de satisfactores de las demandas puras de los niveles inferiores de consciencia, puede ser subsumida por los niveles superiores; y, por lo tanto, todos por el último, al que he llamado “trascendente”.


24. Y acoto todavía: Esta nota, hecha al vuelo del teclado, es obra de un aprendiz de Filosofía, hoy muy concretamente, partero de la Filosofía del Conocimiento para un grupo de jóvenes hermosillenses. Esto explica algo de su estilo y su lenguaje. No dudo que cuentistas, poetas y tal vez “cantautores” hayan dicho lo mismo mejor y con menos palabras; y así, tal vez con ninguna, músicos, pintores, danzadores, arquitectos y escultores; como también cocineras, jardineros, toreros, futbolistas y artesanos, y, muchas veces, cónyuges, mamás, papás, abuelas, abuelos.., y novios, hermanos, amigos, compañeros...

En palabras, no es difícil decirlo; hacerlo en hechos, no es tan fácil, y aun las muchas palabras pueden complicarlo; mucho más, los sentimientos, las decisiones y los actos.

Cada quién, con todo, dice, siente y hace las cosas como puede, como siente que sus circunstancias lo sugieren y, definitivamente y en algún grado, como quiere. Escribirlo me ha agradado. Más me agradará si a alguien ayuda, aunque sea mínimamente, leerlo. Por eso te lo comunico ahora.

Félix.

P.S.: Dos notas:

071. Hablé inicialmente de sucesivas consciencias que aparecen en el desarrollo del humano, y las llamé luego niveles de consciencia. Es claro, sin embargo, que no es sino una única mi consciencia, y que lo dicho sólo puedo mantenerlo abusando del lenguaje:

Mi espontánea persuasión, reflejada en mi lenguaje, es que soy yo mismo quien siente, quien imagina, quien se complace, quien entiende, quien afirma, quien goza o padece de 'conciencia' (ética): Por eso digo yo miro, yo siento, yo quiero, etcétera. Y si digo yo veo o yo oigo no es porque ignore que las vibraciones de los cuerpos elásticos o las partículas-onda luminosas afectan mi organismo; sino porque me sé oyente y viente igual que inteligente, afirmante o eligente.

Y, así también, sé de mí mismo que lo visible o audible es lo mismo inteligible, como lo entendido y elegido es lo mismo visto u oído, lo cual no puede darse sino en la unidad de una única consciencia: un yo consciente que realiza operaciones diferentes.

Por ello, más atinado resulta hablar de niveles diferentes de funcionamiento de la consciencia, o de funcionamientos conscienciales de diversos niveles. Valga, sin embargo, por brevedad mantener el lenguaje antes empleado.


072. Es también claro que no todo lo que soy o hago yo me es directa e inmediatamente consciente: que hay cosas o funcionares en mí de los que no me doy cuenta:

Algunos de ellos me son cognoscibles a través de razonamientos o de analogías, como, por ejemplo, el hecho de algunas secreciones glandulares; y otros, aunque directamente cognoscibles, no me están permanentemente en la consciencia:

Hay en mí algo a lo que llamo la memoria en donde almaceno contenidos conscienciales de muy diversas índoles, disponibles en alguna forma cuando inintencional o intencionalmente los requiero. Nada claro me es si lo que archivo son meramente imágenes simbólicas, a partir de las cuales, como de materia prima, reelaboro otros contenidos conscienciales, o si éstos mismos quedan depositados en mi archivo.

El intentar dilucidar esta cuestión desviaría de la línea básica de esta nota, como también el insistir en adentrarme en el tema de la llamada subsconsciencia, relacionado ciertamente con el que estoy tratando ahora.

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